La aventura final de Robert G. Dunlop en tierras guatemaltecas: El ascenso al volcán de Pacaya.

Fig. 1.- Esta fotografía fue tomada en septiembre de 1962, sobre el cerro Limón ―«ala» suroriental de la montaña de la Mariposa entre las aldeas Llanos de las Animas y Laguna Seca― en jurisdicción del municipio de Amatitlán; algunos años antes de la primera gran erupción del volcán de Pacaya, ocurrida a finales de marzo de 1965, en casi 120 años. Precisamente este evento de mediados del siglo XIX fue el que mi tocayo escocés pudo presenciar en vivo y en directo.

Y ya entrando en materia, como recta final a este relato, paso sin mas preámbulo a la relación de mi tocayo cuando dispuso subir, siempre acompañado, al inquieto coloso que apreciamos al sur de la ciudad capital, justo a la par del lago de Amatitlán: el volcán de Pacaya

«La aldea de ‘Apacaga’ (sic) ―he de suponer que se tratara de San Vicente Pacaya, entonces mera hacienda― se encuentra a una legua y media de Amatitlán ―según el cronista, a poco más de 7 km, aunque la distancia real sean 9―, sobre el cual se encuentra al menos a 1000 pies ―a casi 310 m de altura―; el camino hacia él es una colina empinada y escarpada, cuya parte superior, sin embargo, se extiende en una corta llanura de aproximadamente una milla cuadrada ―casi 2.60 km²―. La aldea no cuenta con más de cincuenta habitantes, que se emplean en Amatitlán suministrando [mano de obra] en la construcción y [el acarreo de] leña. Habiendo visitado a menudo este pueblo, tuve un fuerte deseo de ascender aquel volcán activo que se yergue cerca; y el 15 de febrero de 1846, partimos para ese propósito, habiendo contratado a un oriundo del sitio, que de alguna forma, [nos sirvió en calidad de] guía, aunque el volcán ―según aseguran Dunlop, pero sin que me conste―no había sido ascendido por ninguna persona hasta donde pude comprobar.»

Cabe hacer mención, a partir de este momento, que la nomenclatura dada por Dunlop en sus memorias al volcán de Pacaya, difiere un tanto de la que hoy tenemos conocimiento; y que para ser entendida debe contrastarse con la toponimia hoy vigente en la cartografía e información de instituciones competentes en la materia como el Instituto Geográfico Nacional, el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología y el Smithsonian Institution. Continuemos:

«Los volcanes de ‘Apacaga’ ―tal y como Dunlop transcribió la palabra ‘Pacaya’― son tres [cerros] llamados [respectivamente] Agua’ ―que en un principio creí tratarse de la laguna de Calderas, aunque con el relato caí luego en la cuenta que describía al Cerro Chico, Chiquito o Pequeño; Cenizco(sic) (por la aparente pavesa o ceniza incandescente aun presente en su entorno) ―es decir el Cerro Negro, Grande o Pacaya viejoy ‘Tormentos(Tempestades o Estampidos) ―el Cerro Chino/volcán de Pacaya propiamente dicho, rebautizado recientemente como Cono MacKenney―. [En un principio] nos propusimos ascender al volcán delCenizco’ (sic), pero al acercarnos opté [por subir] al de Tormentos, aunque [con cierta renuencia de] mi guía, [quien] me aseguró que [aquella faena] sería imposible

Fig. 2.- Esta pintoresca vista vespertina, fue tomada a principios del presente siglo, desde cierta altura sobre el cono MacKenney. Hacia el rmbo Nororiente se contemplan los conos, ya inactivos, del flanco oriental del complejo volcánico del Pacaya: los cerros Chiquito (el cráter que se ve en el centro izquierdo) y el Grande al fondo a la derecha.
Fig. 3.- En esta panorámica aérea, captada a finales del siglo pasado desde el rumbo Norte-Norponiente, se aprecia humeante el cono de MacKenney del complejo volcánico de Pacaya. En este ángulo se puede apreciar una gran caldera, en forma de herradura, dentro de la cual se construyó el cono hoy en dia activo, parcialmente cerrado por el cono del Cerro Chino a mano derecha. La caldera se formó por el colapso de Pacaya durante el Holoceno tardío (hace casi 10,000 años) y produjo una avalancha de escombros que barrió la llanura costera del Pacífico, a 25 km de distancia con rumbo Surponiente.
Fig. 4.- Esta espectacular toma, hecha hace poco mas de un mes, desde la cresta Norte del Cerro Chino hacia el cono MacKenney (el volcán activo del complejo de Pacaya) perfila casi perfectamente el antiguo nombre de este coloso situado al Sur de la cuenca lacustre de Amatitlán. La nueva brecha que estos días nos priva de la vista panorámica del volcán tiene esa apariencia fascinante y terrorífica de la que Dunlop nos describe en sus memorias al subir a aquel cerro relampagueante a mediados del siglo XIX.

«[Por mucho], el volcán de ‘Tormentos’ es el más alto de los tres. Su nombre se debe a que casi siempre se le ve cubierto por oscuros y densos nubarrones, a través de las cuales se aprecian resplandores de fuego dispersos en las horas de oscuridad. [Y a causa de lo anterior] su [cráter] es rara vez visible, [pues] siempre [se mantiene] oculto por los vapores de sulfuro y el humo denso [arrojados desde sus entrañas]. De vez en cuando salen de [aquella mole escabrosos retumbos], cual repiqueteo de truenos [que llevan el ritmo de las ya usuales conmociones sísmicas.]»

«Alrededor de las 8 ‘ante meridiem’, llegamos al pueblito de ‘Apacaga’ (sic), que [está al] pie del volcán a unas dos leguas de distancia―poco más de 9.5 km―, [al cual] accedimos [luego de] dejar nuestras monturas en el poblado. [Caminamos] tan directo como lo permitiría la naturaleza escarpada del paraje, aunque no alcanzamos [la ladera] hasta después de la puesta del sol en el horizonte.»

«[Fue en este punto que] emprendimos el ascenso [al cono] en medio de [un descampado rocoso], agrietado y carbonizado, [donde predominaba la] escoria y los trozos de lava [que también hacían acto de presencia]. Después de unas dos horas de fatiga, nos aproximamos a la porción de aquella cumbre que estaba velada por cortinas de humo y silbidos discordantes que al acercarnos se convirtieron en fragores espantosos, mientras que la superficie se hamaqueaba, cual si fuera la prolongación de un terremoto.»

Fig. 5.- Esta vista hecha a finales del siglo pasado sobre la rodera que va el caserío El Rodeo hacia la loma de Las Granadillas (vista al frente), que está al pié de la ladera occidental del cono MacKenney. A pesar que toda aquella región es calificada como de alto riesgo por las autoridades gubernamentales, se puede apreciar que razones han tendido las poblaciones anexas al complejo volcánico del Pacaya, para no abandonar aquellos parajes particularmente fértiles.

«De repente, nos vimos sumidos en las tinieblas junto con una explosión [tan] terrible [como potente] que dispersó las cenizas [que había] a nuestro alrededor. [De tal espanto] mi guía prorrumpió [en invocaciones]: «O!, santissima(sic), María somus(sic) perdidos(¡Oh! María santísima, ¡nos hemos perdido!). [De inmediato] me gritó: “¡Por el amor de Dios, volvamos, sí [acaso aquello] es posible!” [A pesar de aquella suplica] sentí una curiosidad tan fuerte por seguir adelante que no me deje convencer [y] así que respondí: “Regresa sí [así lo] quieres, ¡[pero]nada impedirá que [yo] siga adelante!”»

«[Proseguí el camino por mi cuenta] trepando cual [si fuera] gato entre las cenizas, [puesto] que en algunos lugares [aquella materia ígnea] estaba tan caliente como para quemar mis zapatos. [A razón de la obscuridad, tuve de ir] guiándome por [medio de] los relámpagos que caían sobre el volcán. Asimismo, a medida que el humo se hacía más denso hasta impedir por completo la vista, [pude continuar] la trayectoria por donde venían los retumbos más ensordecedores.»

Fig. 6.- Un lóbrego escenario paisajístico, tan propio de la literatura fantástica —aludida por el autor de esta fotografía— es el que vemos en la imagen de arriba, probablemente tomada en algún punto del camino entre la cabecera de San Vicente Pacaya y las aldeas de Los Ríos y El Patrocinio. 

«[Con aquel prospecto tan difícil], fui subiendo lentamente entre la lava y las cenizas; que [por lo mismo] requirió de mucho tiempo; y en mi empeño por infiltrarme en [aquella] escena infernal que tenía frente a mí, no me percaté del paso de las horas. Por fin, un resplandor espeluznante [fue] permeando entre las tinieblas [lo que] aumentó la proximidad y el fulgor de la tempestad. [Está iba] acompañada por un susurro [que daba la sensación de ser] la combustión de un inmenso fogón. Mi acercamiento a [semejante prodigio] terminó por [materializarse en] el gran centro del volcán.»

«Avancé lentamente hacia el [cráter] pero, sintiéndome agotado por [el enorme] esfuerzo [de escalar el cono], finalmente tomé asiento sobre un bloque de lava. Comenzaba a mordisquear un pedazo de pan que llevaba en el bolsillo [cuando tuve que posponer la merienda, pues] una explosión ― todavía más tremenda que cualquier estruendo alguna vez oído― me levantó [súbitamente de mi sitio].»

Fig. 7.- Vista panorámica, con rumbo Suroriente, partiendo del cerro Chino hacia el cerro Grande y el cono MacKenney. Lamentablemente en aquella mañana, en que tuve la oportunidad de hacer estas tomas particularmente imperfrctas, ambas cimas estaban cubiertas de una fria y densa bruma.

«[Acto seguido pude contemplar] un pálido y colosal fogonazo elevándose sobre [la corona del] cráter. [Aquel destello despedía] una luz [tan] intensa que parecía traslucirse en medio del humo, [capaz] de iluminar las tierras aledañas. Tuve la sensación de que el suelo se hundía bajo mis pies, [más de inmediato] fui arrojado con violencia sobre las cenizas, [quedándome] aturdido por el ruido y cegado por la luz.»

«Poco después, cuando [pude] recuperar mi visión, escuché de cerca un rugido, tenue y sofocado, y vi que la humazón se levantaba con pesadez desde la boca de aquel volcán. [Para entonces] la sacudida del terreno había cesado y la erupción parecía haber concluido. Aquí y allá [fue] apareciendo, de vez en cuando, una estrella [que] parpadeaba a través de las emanaciones de humo; [asimismo pudiéndose ver] por instantes la luna. Aquella escena de inquietante solemnidad puede causar una impresión, cuando menos, conmovedora.»

«Por algún tiempo me mantuve sentado, y con desconcierto [pude contemplar el vivo] resplandor rojo del cráter, [pues aquella] chimenea tenía la apariencia de un horno formidable. Cuando intenté acercarme a su borde [tuve que desistir en el intento pues] el calor y los vapores asfixiantes me impidieron alcanzarlo por unos veinte o treinta yardas ―entre 18 y 27 metros―. Consciente que sería imposible encontrar mi camino [de regreso] ―durante la noche― por aquellos despeñaderos [que daban] forma a las laderas de aquel monte; [tuve que] esperar hasta que se anunció el amanecer [con] el pálido reflejo [trasluciéndose] a través del humo.»

Fig. 8.- Vista nocturna desde algún punto de San Vicente Pacaya de la erupción ocurrida a principios de mayo de 2018. En ella se aprecian las siluetas del cono MacKenney, en actividad ininterrumpida desde 1962, y al fondo el Cerro Grande, también conocido localmente como Pacaya viejo.

«Después de encontrar una vía más accesible que la ruta por donde subimos, emergió de la humareda [volcánica] justo cuando salía el sol, un cielo claro de azul celeste sin la mínima partícula de nube, por detrás de las alturas orientales [de la Sierra de Canales]. Luego de dos horas, llegué a la llanura escarpada [justo] debajo de la montaña de los Truenos ―el Volcán de Pacaya/Cono MacKenney― y, serpenteando hacia el pueblo ―el futuro San Vicente Pacaya―, encontré a mi guía esperándome, con el semblante de quien tenía pocas esperanzas de volver a verme. Monté mi caballo y llegamos a Amatitlán poco después del mediodía.»

«Aunque esta montaña [se mantenga] ardiendo perpetuamente, no ha causado ninguna erupción destructiva durante setenta años [es decir desde 1775, en tiempos del traslado de la capital a su sitio actual. Por entonces aquel volcán] expulsó una cantidad inmensa de lava y cenizas, destruyendo por completo la aldea de ‘Tres Rios’ (sic);―que, por toponimia, presumo se trate del actual caserío Los Ríos―, a unas dos leguas de distancia ―diez kilómetros según cálculo de Dunlop, aun si la distancia real sea menor a la mitad―, y [aquellos] tres ríos de los que tomó su nombre [aquel poblado desdichado] han desaparecido por completo. Las inmensas masas de lava [que] en muchos lugares [rebaza] más de cien pies ―más de 30 metros― de espesor, demuestran la magnitud de la erupción [ocurrida en julio de 1775] y la lava ―que ha corrido desde la montaña como un gran río― parece tan fresca como si acabara de enfriarse.»

Fig. 9.- En este croquis de finales del siglo XVIII se describe en forma esquemática el reporte oficial sobre la tremenda erupción ocurrida dos años después de los terremotos de Santa Marta; que motivaron a la Real Audiencia a trasladar la sede del gobierno hispánico al actual sitio de la ciudad capital. Por lo visto, la caída de ceniza de aquel suceso llegó, al menos, hasta la región de San Miguel Pochuta aunque en el mismo reporte se indica que la columna de lava pudo verse a mayor distancia.

«De vez en cuando, el volcán de ‘Cenizco’ (sic) a expulsando algunas fumarolas, aunque no exista tradición alguna [entre los lugareños mas ancianos] de erupciones [pretéritas]. [Aquel monte] tiene forma cónica y se compone enteramente de escoria muy obscura, sin rastro mínimo de vegetación en ninguna parte del cono, pero es mucho más bajo que cualquiera de los otros dos picos; sin exceder, pensaría, los mil pies ―más de 300 metros―, mientras que el volcán de ‘Tormentos’ debe ser de cuatro o cinco mil ―entre 1,219 y 1,524 metros― por lo menos.»

Abriendo un paréntesis mas que pertinente, desconozco el parámetro del cual Dunlop partió para estimar las alturas antes mencionadas, pero comparadas con los 2,562 metros sobre le nivel del mar, las alturas dadas a priori parecieran ser relativas al terreno, posiblemente desde la ciudad de Amatitlán. En contenido de los siguientes párrafos es particularmente sugestivo, pues no sólo nos remite a registros propios del narrador ―es decir, del mismo Dunlop― sino que también demuestra nuevamente su pericia y empirismo para explicar fenómenos geológicos propios de la naturaleza volcánica. Sobre lo primero, Dunlop deja constancia de hechos aparentes que la tradición oral de aquellos poblados que circunvalan al lago de Amatitlán y el complejo volcánico del Pacaya perdieron en los últimos doscientos años. Hasta donde tengo conocimiento, esperando a que alguien me corrija, lo siguiente sólo aparece reflejado en las memorias de mi finado tocayo escocés:

«[El domo anexo al volcán de ‘Tormentos’] lleva por nombre el de volcán de ‘Aqua’ (sic), [casualmente] igual que el ubicado [al Sur] de la vieja Guatemala ―refiriéndose a Ciudad Vieja, la primera capital española trazada en los llanos de Almolonga/Bulbuxyá―; sin que tampoco haya expulsado agua de [su interior], tal y como supone la gente local ―sin importar si son indígenas, ladinos o criollos por igual―. Lo que si pareciera ser probable es que lleve mucho tiempo extinguido, [dilatándose el tiempo suficiente para] que su cráter quedara taponado; y que [en tiempos prehistóricos] la cuenca resultante [de la lava enfriada] se haya llenado de agua pluvial de [incontables estaciones] invernales

Fig. 10.- Una de las erupciones históricas más impresionantes del volcán de Pacaya, quedo ilustrada en esta pintura contemporánea al suceso, ocurrido a mediados de 1775. Aquel siniestro comenzó el 2°. de julio de aquel año cuando se abrieron varios respiraderos en el flanco surponiente del actual Cerro Chino, entonces conocido como Pacaita(sic). Según la crónica de los hechos, un flujo de lava fue expulsado con rumbo hacia la costa Sur, alcanzando aproximadamente los 1,000 m de altitud (de nuevo ignorando el punto de partida de aquella referencia). Los respiraderos crearon grietas hasta la cumbre del Cerro Chino. El registro histórico indica que la actividad del volcán duro 22 días luego de la erupción. La caída de ceniza posterior llegó hasta 200 km de distancia y en estudios posteriores quedo revelado que el estrato de aquella erupción alcanzó hasta donde hoy se yergue la cabecera municipal de San Vicente Pacaya.

«[Por lo anterior, se especula que, según esta hipótesis de Dunlop] la inmensa presión [ejercida por el] peso del agua [de la supuesta laguna] finalmente haya roto el borde mismo del cráter; vertiendo una correntada destructiva sobre las tierras aledañas. [Según lo constatado por el cronista-aventurero] aquel evento ocurrió hace aproximadamente un siglo ―alrededor de 1745―. No obstante, aquello no tuvo parangón con el siniestro que arrasó con la primera capital ―en 1541― [limitando sus estragos] a barrer algunos caseríos de indígenas, de lo que se habló poco [en aquel tiempo]. De esta forma [sentencia Dunlop] que uno puede vivir toda su vida en Guatemala, a solo once leguas de distancia―poco más de 53 km según el narrador, aunque su recorrido real sea menor a 44 km―, sin saber de la existencia de aquel volcán [con laguna].»

«Junto a [esta] última catástrofe [supuestamente ocurrida a mediados del siglo XVIII], existen a todo lo largo de los costados [del cerro de ‘Aqua’] vestigios sobrados de [otros cataclismos] de naturaleza similar. [Uno de estos rincones] tiene la apariencia [de un lecho fluvial, que en épocas remotas] hubiérase derramado fuera del cráter [a manera de] un poderoso río. [Dicho paraje] está considerablemente más bajo que [el nivel] del volcán de ‘Tormentos’ (sic) y sus flancos están tan destrozados y desiguales, que podrían ascender fácilmente.»

Esta descripción, sin lugar a dudas corresponde al actual cerro Chiquito, uno de los puntos de senderismo turístico predilecto por los visitantes junto al Cerro Chino y el Cono MacKenney.

Para finalmente concluir con esta larga serie de entregas sobre aquellos portentos volcánicos de nuestra geografía centroamericana, termino con una frase muy sugerente de aquel joven explorador de las tierras altas de Escocia ―quizás por ello tan aficionado al montañismo―. Dicha reflexión continua siendo vigente ante lo singular y excepcional de la vista que buena parte de los capitalinos chapines tenemos diariamente, pero que sin embargo admiramos y tememos a la vez:

«Los tres picos volcánicos ―que Dunlop pudo contemplar― están tan cerca los unos de los otros, que sus bases casi se unen, lo que, creo [firmemente], es un fenómeno que no se ve en ninguna otra parte del mundo.»

―FIN―

Fig. 11.- Vista de la portentosa erupción, de tipo estromboliana, del volcán de Pacaya —hoy rebautizado como Cono MacKenney— ocurrida a finales de la década de los ochenta. La fotografía fue tomada en algún punto de la carretera antigua a El Salvador, hoy carretera RD GUA-53 ó de Muxbal, sobre la Sierra de Canales. Al frente del coloso, se aprecia la Serra de Petapa.

Créditos a imágenes:

1.- (1962) ©Dick Stoiber —Dartmouth College—. Recuperada el 24 de mayo de 2021 del sitio web Global Volcanism Program del Smithsonian Institution.

2.- (2007) – ©Richard Roscoe – Recuperada el 26 de mayo de 2021 del sitio web Photovolcanica. com

3.- (1999) – ©Donna & Stephen O’Meara —Smithsonian Institution— Recuperada el 26 de mayo de 2021 del sitio web Global Volcanism Program del Smithsonian Institution.

4.- (2021) – ©Carlos Alonzo/AFP – Volcán de Pacaya (Cono McKenney, Cerro Chino). Recuperada el 27 de mayo de 2021 del sitio web Getty Images .

5.- (1999) – ©Lee Siebert —Smithsonian Institution— . Recuperada el 26 de mayo de 2021 del sitio web Global Volcanism Program del Smithsonian Institution.

6.- (2007) – ©roger_jen – Paisaje de escoria y pavesa alrededor de la ladera (¿poniente?) del cono McKenney del volcán Pacaya – (Subida el 9 de noviembre en Flickr)

7.- (2021) – ©Roberto Dardón – Visita personal al volcán de Pacaya (‎30 de enero).

8.- (2018) – ©Berner Villela – Imagen tomada el 3 de mayo y recuperada el 25 de mayo del perfil @ClimaenGuate de Twitter.

9.- (1775) —Cortesía de la Real Academia de Historia, Madrid—. «Croquis del Bolcán(sic) de Pacaya en el Reino de Guathemala(sic), y Terrenos adiaccentes(sic); Rebentaron en Fuego, Humo, y Piedras, el día 2 de Jullio(sic) de 1775.» Contenida en la Noticias de la espantosa avertura(sic) que ha hecho la tierra a seis o siete leguas de Goathemala(sic), por la parte meridional (h. 546) del oidor de la Real Audiencia de Guatemala, don Ramón de Posada y Soto. Recuperada el 27 de mayo de 2021 del sitio web de la Real Academia de la Historia .

10.- (1775) —Cortesía de la Real Academia de Historia, Madrid—. Fragmento del «Dibujo a color que representa la erupción de fuego, y el pie del monte y volcán de Pacaya.» Contenida en la Noticias de la espantosa avertura(sic) que ha hecho la tierra a seis o siete leguas de Goathemala(sic), por la parte meridional (h. 545) del oidor de la Real Audiencia de Guatemala, don Ramón de Posada y Soto. Recuperada el 26 de mayo de 2021 del sitio web Global Vulcanism Program del Smithsonian Institution.

11.- (1982) — ©Randall A. White, cortesía de Norm Banks, del U.S. Geological Survey— . Recuperada el 26 de mayo de 2021 del sitio web Global Vulcanism Program del Smithsonian Institution. Publicada originalmente por Lawrence H. Feldman (1993). «Mountains of Fire, Land that Shakes.» Labyrinthos Publishing. Culver City, Cal. USA.

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